20 de abril de 2014

!ESTOY QUEMADO¡


La falta de motivación puede tener diferentes causas y también puede alcanzar diferentes intensidades. Por ejemplo, la pérdida de motivación alguien siente a medida que descubre que no alcanza su objetivo. Sería específica del momento concreto que vive, o entendida como la pérdida de ilusión por lo que hace, con cambios físicos y emocionales de desanimo y apatía generalizada. A esto también se le conoce como Síndrome del quemado o Burn-out.




Se define como un estado de agotamiento emocional, físico y mental, que puede llegar a ser muy grave en quien lo manifiesta y surge de la propia actividad de la persona, social y/o laboral. Conlleva una disminución en la capacidad para el desempeño de sus responsabilidades y no aparece de forma repentina, al contrario se va gestando lentamente. ¿Qué experimenta la persona?
  • Siente que no puede dar más de sí.
  • Se encuentra desbordada por las demandas de su entorno.
  • Los recursos personales parecen que han llegado a su límite y ya no aportan soluciones.
  • El agotamiento y cansancio se hacen presentes.
  • Hay cambios de humor, irritabilidad, pasividad, apatía.
  • Pueden aparecer otras dolencias asociadas, trastornos de la alimentación, del sueño, disfunciones sexuales, etc.
Su presencia cada vez es más común en cualquier ámbito laboral y/o deportivo. En un mundo profesional tan exigente, que conlleva una imperiosa necesidad en conseguir resultados, el rendimiento se exprime hasta sus últimas consecuencias. Esto obliga a gestionar no sólo la preparación de la tarea, también la recuperación de la misma. En el mundo de la empresa se supone que esta recuperación ocurre de una forma intensa en el periodo vacacional,  y puntualmente en los días de descanso, aunque la realidad es otra, pues son muchos los trabajadores, la mayoría, los que tienen ridículas vacaciones, después de temporadas durísimas.

Muchos trabajos, en algunos casos estilos de vida, suponen retos gratificantes incluso aunque conlleven presión y agobio, y estos por sí mismos no son dañinos, mientras los recursos de la persona los gestionen adecuadamente y den salida a los “efectos secundarios” que generan. ¿Cómo saber si este desgaste está ocurriendo? Hay una serie de cuestiones que pueden señalar su presencia
  • ¿Con frecuencia te sientes cansado incluso guardando el descanso apropiado?
  • ¿Ha cambiado tu humor volviéndose más huraño, irritable o “pasota”?
  • ¿Te resulta más difícil compartir tus actividades habituales con la gente que forma parte de las mismas?
  • ¿Has pensado en abandonar tus responsabilidades?
  • ¿Sientes que tu cuerpo y tu mente ya no responden como antes?
  • ¿Han fallado las soluciones que has intentado para cambiar esta situación?

Para combatirlo es tan importante desarrollar habilidades como asumir el liderazgo de la situación, que asegure un nivel de exigencia similar al óptimo a cada temporada que pasa o proyecto nuevo a desarrollar. Si bien algunas ideas interfieren en la búsqueda de soluciones:
  • “Estar quemado es la excusa para quien no quiere esforzarse”
  • “Cualquiera que disfrute de su trabajo puede dedicarle el 150% sin que eso repercuta en su salud”
  • “Sólo terminan por quemarse los débiles”
  • “Esto se arregla con unos días de vacaciones”
  • “Con la vida tan privilegiada que tiene no debería ni quejarse”
  • “Quemarse, sólo ocurre en el ámbito laboral”

Estas actitudes, reflejadas en comentarios, parece que señalen una idea, que las personas de éxito no son personas, son máquinas. ¿Cómo sino se explica que no admitan que alguien pueda quejarse? o ¿qué por el hecho de tener una serie de privilegios, ganados con esfuerzo, ya no tengan derecho a sentir malestar? Si hay algo claro desde la investigación científica es que quien manifiesta un síndrome de estas características, es alguien que ha tenido que esforzarse bastante, mucho más de lo que sus recursos psicológicos toleraban.

Cuando hablamos de salud, la prevención suele ser la actitud más correcta para evitar que aparezcan problemas. Lo que sigue, son probadas estrategias para mantener nuestro bienestar
  • Consigue encontrar la satisfacción en lo que llevas a cabo, pásatelo bien, utiliza el sentido del humor. Todo esto funcionará como un muro de contención. Tal vez la tarea que desempeñas no sea la que deseas, pero aun así es posible que te permita llegar a otras que son más gratificantes, y por tanto puedes vivirla con esa ilusión.
  • Ordena y organiza tus aspectos personales, fija objetivos y ordena unas actividades sobre otras. Ni eres omnipotente ni omnipresente, por tanto trátate con humildad y no quieras “solucionarlo todo en todo momento”
  • Señala cuales son las prioridades de tu vida. Tener esto claro dificulta que puedas alejarte del camino de satisfacerlas. Generalmente la búsqueda de la satisfacción personal y vital suele ser la meta más ambiciosa. Tenerlo claro nos permite ver que estilo o tipo de vida estamos construyendo y en qué se parece a lo que deseamos.
  • Aprende estrategias de gestión de estrés. Relajación, meditación, yoga, cambios de creencias, automanejo emocional, etc. Hay un enorme conocimiento acerca de la gestión del estrés desde la psicología. Introduce la higiene emocional en tu vida y estarás previniendo mucho sufrimiento. Hay quien no termina de entender que la psicología como ciencia, con varios cientos de años de desarrollo científico, hoy por hoy aporta respuestas muy valiosas que facilitan y permiten una mayor calidad de vida al ser humano.
  • Relaciónate con quienes te motivan, son tu red social y familiar. Pues formas parte de ellos, son el sistema en el que te desarrollas y te mantienes, acude a éste y enriquécete de su visión del mundo para nutrir tus propias expectativas.
  • Muestra actitudes y creencias flexibles. Intenta perseguir tus sueños basándote en preferencias “me gustaría, preferiría, desearía…” antes que en exigencias “debo, necesito, tengo…”.
  • Alimenta el pensamiento optimista. Pues lo contrario, el pesimismo, lo negativo, rara vez nos aporta la satisfacción de conseguir nuestras metas, además de llenarnos de tensión, miedo y frustración.

12 de abril de 2014

EL FUEGO NO APAGA EL FUEGO


         ¡De asombro! Esa es la expresión que tenían en la cara unos ejecutivos, que iban a pasar unos días a la sierra para aprender estrategias con las que superar situaciones de tensión. La primera circunstancia que vivieron el día de su llegada consistía en un ejercicio para liberar su estrés. El objetivo era agarrar con fuerza un enorme martillo de obra y estamparlo contra un coche, tantas veces como quisiera la persona y así hasta reventarlo. Supuestamente, tras este intenso ejercicio la persona quedaba muy relajada. La verdad es que relajada quedaba tras tensar la musculatura y luego soltarla, pero ¿Realmente es este un método eficaz de control del estrés? Ahora resulta que está de moda golpear cojines, figuras de goma-espuma que simbolizan a personas determinadas, romper televisores y otros electrodomésticos en sesiones de liberación emocional de dudosa eficacia terapéutica, ya que la ira, como emoción, es distinta de la agresividad, como conducta.




         Cuando hablamos de una emoción que moviliza tanta energía interna como la ira, su expresión libre puede convertirse en una bomba de relojería a corto, medio y largo plazo. Durante años, influyentes escuelas psicológicas divulgaron a los cuatro vientos la necesidad y el beneficio de expresar libremente las emociones, de forma que la persona se libraba de las mismas cuando éstas eran causantes de sufrimiento o malestar. Esto se sustentaba en una concepción de la ira semejante a la de un depósito de energía que se llenaba de forma progresiva hasta alcanzar presión como si fuera una olla y entonces necesitaba estallar, al manifestarla se resolvía el problema. Esta idea ha calado entre la población, pero las investigaciones científicas muestran otras razones. 

     Sabemos que las experiencias vitales nos crean una huella o memoria emocional, la cual mantiene en nosotros los elementos emocionales, sensaciones, imágenes, sonidos de la situación. Además de estos datos provenientes de los sentidos, a la experiencia le damos un valor, un significado propio. Cuando la persona reacciona de forma automática ante estímulos similares, lo que está haciendo es recuperar esa memoria, con la cual aprendió e interiorizó una respuesta, en este caso de agresión. ¿Para qué sirve esto?, teóricamente para protegernos. El organismo aprendió a responder a una situación amenazante y ahora repite lo aprendido.


          Podemos llegar a reconducir la ira, expresándola adecuadamente, sin llegar a descalificar o reprochar, incluso castigar al otro, o al entorno, por ejemplo cuando damos un portazo a conciencia. Porque parece que sólo haya una forma de canalizar al exterior la ira y no es así. El componente cultural está presente, por supuesto, y quien aprende a expresar impulsivamente no sabe hacerlo de otra manera, incluso si no puede descargar en ese momento puede posponerlo a un momento futuro, entonces entra en juego la venganza, de forma que la otra persona llegue a padecer como padecimos nosotros. 




         Es necesario, ciertamente, expresar lo que sentimos, pero cuando uno aprende que para sentirse mejor ha de expresar con toda la virulencia posible su malestar, y así librarse de él, está haciendo algo muy peligroso para sí mismo y los demás, pues lo que realmente consigue es reforzar y por tanto automatizar comportamientos de manejo agresivo de las emociones. Como decía un hombre que tuve en consulta: “…yo para expresar no tengo dificultad, cuando algo me molesta, grito y doy unos golpes en la mesa, todos me hacen caso y me siento mejor”. Hay conductas en las que podemos descargar y expresar nuestra ira sin dañar a los demás, escribir, cantar, correr, bailar, etc.





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