Aquella noche el Dr. William Beaumont, fue
consciente de algo que llevaba días observando, pero que no entendía. Como cirujano
del ejército de los Estados Unidos, estaba acostumbrado a ver agujeros que
mostraban partes internas del cuerpo, operando a los soldados hechos trizas de
la batalla, pero aquello era distinto. Corría el año 1833 y atendía a un
trampero llamado Alexis St. Martin, de una herida que le dejaba al descubierto
el estómago. Se convirtió en el primer humano en estudiar en vivo el proceso de
la digestión.
Y
lo que observó entonces, tiene su máxima vigencia en el momento presente. Reparó
en que el estómago enrojecía o segregaba jugos digestivos en función del estado
de ánimo de su paciente. Si éste estaba triste y decaído el estómago se
relajaba y el tránsito se enlentecía. Por el contrario si estaba molesto y
enfadado su estómago se contraía, mientras que si tenía un buen día y se
mostraba alegre, el estómago estaba bien hidratado y con buen color. Sin
saberlo, estaba sembrando las semillas de la actual corriente investigadora en
relación al sistema nervioso entérico, o cerebro abdominal, y su relación con
la psique.
Y
es que hace mucho que escuchamos sentencias tan populares como: “a tripa vacía,
corazón sin alegría”, o “al hombre se le gana por el estómago”. Sí, ¿pero qué es realmente lo que
ocurre en nuestro estómago que tanto tiene que ver con el estado de ánimo? Nadie
discute que el estrés supone una respuesta de adaptación a unas circunstancias
concretas, qué permite poner en marcha rápidamente los recursos, incrementando
así la probabilidad de sobrevivir. Cuando las hormonas del estrés se disparan,
el cerebro abdominal responde causando diarrea, vómitos y/o nauseas. Y esta
respuesta tiene su explicación en la necesidad del cuerpo de liberar
rápidamente todo aquello que le resulta nocivo, si esto se cronifica por efecto
del estrés mantenido, surge un trastorno muy frecuente en nuestros días, el síndrome del intestino irritable.
Pero más allá del estrés y su bioquímica, los estímulos que
distienden el tubo digestivo activan regiones en el sistema límbico, en donde
surgen las emociones y se percibe la angustia. Pero es que además nuestro
aparato digestivo aprende, hasta el punto de que puede aprender a enfermar,
como han puesto de manifiesto las investigaciones sobre la llamada pereza
abdominal que lleva al estreñimiento. Y hay tan alta relación entre este cerebro
y el que está en nuestra cabeza, que herramientas como la psicoterapia, se
utilizan con altísima eficacia en el abordaje de patologías propias de la
medicina digestiva, incluso con mejores resultados y menores costes económicos,
que tratamientos habituales basados en los fármacos.
Doctor me duele mucho el estómago. ¿Ha
visto usted ya al psicólogo?
1 comentario:
Muy buen articulo. Nuestro segundo cerebro a veces causa mas problemas que el 1°.
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