Resulta irónico que nos encontremos en la era de mayor desarrollo tecnológico y conocimiento de la naturaleza humana, y sin embargo, el mundo de los afectos, gran motor de nuestra existencia, sea tan desconocido para nosotros. Vivimos una época de analfabetismo emocional, y eso, a pesar de que nunca antes habíamos estado tan pendientes de estos temas. Podemos ver como todo tipo de empresas, automovilísticas, inmobiliarias o incluso de alimentación utilizan las emociones para publicitar sus productos, para seleccionar sus directivos, pues hablar de emociones es hablar de quiénes somos y eso nos interesa. Es imposible estar vivo y no experimentar emociones. Pero hemos de aprender a integrarlas en lo que somos para formar un todo: razón, cuerpo y emoción.
Tomar consciencia del resultado de nuestras acciones, y que la capacidad de ser felices está ante todo en nuestras manos, supone el primer paso en el maravilloso viaje del descubrimiento propio. Pero si además miramos hacia dentro y aprendemos a desarrollar nuestro potencial emocional, entonces es posible que nunca más nos sintamos solos, ni yendo a la deriva, desde el interior surgirá la fuerza que necesitamos para vivir y disfrutar la única vida que tenemos. Es nuestro derecho y deber.
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