El que sigue es el diálogo que describe una viñeta de Mafalda, entre ella y su amigo Manolito:
-Hoy la maestra me
felicitó por lo bien que ando en matemáticas. Me dijo que sorprende mi rapidez
para sacar cuentas.
-¡Qué bien Manolito! ¿Y qué tal vas en
las demás materias?
-Hoy la maestra me felicitó por lo bien
que ando en matemáticas. Me dijo que sorprende mi rapidez para sacar cuentas.
Es lo que conocemos como la táctica del avestruz. Bueno, lo cierto es que desde que somos pequeños, los
procesos de socialización, esos que nos trasmiten valores culturales, normas y
pautas de conducta, se basan ampliamente en la negación. Nos enseñan lo que no
debemos hacer, ver, oír, decir, pensar, sentir y ejemplos los tenemos a miles.
Por eso no es de extrañar que luego en nuestra vida un poco más adulta,
mostremos tanta facilidad para negar aspectos de la realidad que nos incumben.
Algo así como si por el hecho de negar los problemas estos desaparecieran, o
perdieran importancia.
Las consecuencias de esta actitud son demoledoras, los
problemas se enraízan y mantienen en el tiempo. De manera que aquello que los
causó pasa a un segundo plano, incluso llega al olvido. Y entonces lo
problemático ya no es lo que originó la situación, sino lo que la mantiene, por ejemplo el silencio, la no implicación. Al no
reconocerse adecuadamente la presencia de dificultades, las soluciones que se
intenten para corregirlas no serán muy eficaces, ya que si el problema no ha
sido bien definido, difícilmente será bien abordado. ¿El resultado? Una
situación sin salida.
Si por un momento nos permitiéramos aceptar, tal vez esto nos ayudaría a entender mejor que ocurre a
nuestro alrededor.
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