Muchas
personas sueñan con una vida similar a su primera infancia, en la que no tengan
responsabilidades y sean otros los que se encarguen de cuidar de sus
necesidades. Incluso esperan de la vida misma tan solo facilidades, que no haya
sobresaltos y que todos sus planes siempre culminen exitosamente. Y que además
esto ocurra porque sí, sin su mediación o esfuerzo, porque la vida ha de ser
así. Y de hecho lo es, en los cuentos con final feliz.
Aunque
los cuentos, solo son cuentos. Metáforas de lo que puede pasar, no de lo que
debe pasar. Tal vez lugares ideales surgidos de la mente de su creador, como un
remedio para salir de este mundo real y durante un rato perderse en el universo
de la fantasía, donde todo es posible, incluso lo imposible.
Pero
lo cierto es que quedarse en paro, vivir la experiencia de ser desahuciado,
acostarse con la angustia de no tener el dinero para afrontar los pagos de
facturas, descubrir una infidelidad de tu pareja, perder a un ser querido, etc.
Son tantas las situaciones por las que una persona puede pasar en su vida y que
llevan la etiqueta de crisis, que a estas alturas casi tendríamos que estar
vacunados ante las mismas. Pues la vida y sus circunstancias no se pueden
entender sin las dificultades que las personas experimentan.
Dificultades
en su mayoría no esperadas, que nos asaltan a la vuelta de la esquina y te
dejan con lo puesto, en shock, sintiendo que el suelo se resquebraja y en el
interior la angustia y la desesperanza campan a sus anchas. Si además la
situación de crisis transciende lo personal y afecta a una gran mayoría,
entonces aumenta también el número de personas vulnerables y en riesgo de
exclusión, familiar y social. Y es que las crisis tal y como las conocemos son
en muchas ocasiones crisis vitales.
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